14 de agosto de 2017
El velo negro. Expresión de la que algo sabemos gracias a
Apolo 13, la nave que averiada y sin poder llegar a la Luna debió regresar a
tierra sin saber- sus astronautas y Houston- si la cápsula resistiría el paso
por el velo negro, una especie de infierno de 10 segundos que se convirtió en
el gran momento de la gran película protagonizada por Tom Hanks.
Mauricio Dalessandro, o sus heterónimos El Tábano,
DaleSpiner o El Hijo del Dentista, debía pasar este domingo por su propio velo
negro: el reingreso a la atmósfera tandileña después de 40 años de ausencia. Y
algo así como dos años de celebridad mediática con el viagra estimulante de que
su nombre midiera primero en las dos encuestas de la consultora Survey. Mientras
tanto construía pacientemente ese piso de popularidad sin sustancia cultivando el
pan y circo de la política como lo que él auténticamente es: un producto
genuino de la civilización del espectáculo. Con mucha plata, además. Billetera
que le sirvió para hacer política en la redituable modalidad del neopopulismo
fashion, pero eso sí: abjurando del populismo kirchnerista. Doble estándar sin
pruritos. Para DaleSpiner es lícito llenar un estadio de niños, celebrarles el
día contratando a Panam, o colmar tangueramente de ancianos la Cámara
Empresaria y traerles embalsamado en perfecto estado a Silvio Soldán, con la
estelar actuación de Chiqui Pereyra. Eso no es clientelismo para El Hijo del
Dentista. Son eventos producidos por su angelical filantropía. Spiners para los
niños, tangos para los viejos, lo que queda de Sergio Denis para las damas.
Todo gratis para sus vecinos. Así, con la pulsión de su billetera incesante, con
una febril actividad en las redes sociales, paseando por todos los canales de
televisión dedicados al chimento liviano, a la banalidad de la media tarde, Dalessandro
creyó que efectivamente estaba de vuelta, que ya era uno más de entre las 150 mil almas que a diario caminan el empedrado de la ciudad, que ya, por el hecho de
hacer una visita guiada a las Tunitas o Movediza, podía considerarse una
celebridad global imbricada en el tejido íntimo de nuestra sociedad. Y que por
eso mismo iban a votarlo. Masivamente. Como si fuera un rock star, un divo en
la Galaxia Figlio, como si Tandil fuera eso: una sucursal del mundo que inventó
Bertolin. A propósito, el asunto empezó a dar malas señales a partir de la
horripilante versión de "Despacito" que concibió El Hijo del Dentista, donde -como
si le hiciera falta- lo puso al Gringo Bertolin a la altura de la Movediza y
Villa Aguirre y donde, en una errata histórica sublime, habló de la ciudad
llegando a su "centenario".
Apeló también a la viveza criolla, a la picardía con que
durante semanas burló la ley electoral: cartelizó la ciudad de gigantografías
con su nombre -sin leyendas políticas-, pegando primero en la invasión del espacio
público. Y desaprovechó lo mejor que tenía su fulgurante aparición pública: la posibilidad
de innovar en su lista. De jugar con la juventud, con la novedad de lo nuevo, ya
que además toda su retórica se centró en cargar las tintas contra la política
tradicional, como si él viniera de Saturno. Como si Raúl Escudero fuera un
ecologista veinteañero y la veterana radical exonerada Nilda Fernández una
militante boy socut. Dijo y repitió que
Lunghi estaba viejo y lento, que la gestión era algo así como un elefante
rengo, y ahora que perdió por más de veinte puntos a manos del "león hervíboro",
debe estar pensando si lo ocurrido estaba escrito en alguna serie que dan en
Netflix.
Porque recién en las últimas horas del domingo, El Hijo del
Dentista supo de qué se trataba el velo negro. Esa nube de arraigo, esa energía
cósmica, ese pertenecer profundo, que no aparece en las encuestas. Se miró en
la gigantografía como si estuviera escuchando el tango "Afiches". Cruel en el
cartel. Tanto quilombo para esto. Catorce mil votos. Tercero detrás de Unidad
Ciudadana. Lejos de los 25 puntos con que se daba por hecho, con la sensación
de que la novedad envejeció diez años en un instante, a tal punto que hasta
incurrió en el desafortunado acto catártico de castigar al electorado por "elegir
los pozos", un error de estudiantina impropio de su inteligencia.
Cuesta ganarse el voto en Tandil. Cuesta sangre, sudor y
lágrimas. Suelas de zapatos para caminar cada metro de la ciudad, porque en
cada metro hay una historia, una ausencia, una demanda, un reclamo, una pena,
mates amargo en los talleres mecánicos y las fábricas, bizcochos en los
merenderos y los clubes, tortas fritas para compartir en la cocina de una
comadre de un barrio al que se debe llegar sin el GPS del comando de campaña.
Sin agenda, sin acuerdo preparatorio. La ciudad es un cosmos y cada vecino su
modesta y laboriosa estrella. Primera lección que debe digerir una celebridad
acostumbrada a las luces de neón. Conocimiento profundo del territorio, como
para empezar a hablar.
En el epílogo de su campaña surgió el brulote póstumo. Se
recomienda, en adelante, no insultar la inteligencia del tandilense. Traerla a
Panam a Tandil para ser "fiscal" del comicio resultó la suma del grotesco
banal, del pésimo cálculo político y del desconocimiento del sentir anticholulista
de la ciudad. Bruscamente, El Hijo del Dentista (como tantos otros que se fueron
hace muchos años de Tandil, perdieron anclaje y volvieron envueltos en un aura
de superioridad, como si llegaran a una toldería con internet), ahora empezó a
saber cómo funciona la comunidad en la que nació.
"Tenés popularidad e
intención de voto. Ahora te falta pasar el velo negro", le dijeron hace
veinte días en un café poblado de libros. Dicho y hecho: una cosa es que te
conozca todo el mundo y otra muy distinta es que te voten. Nadie nunca en esta
ciudad ganó una elección desde un set de televisión. La señora Mirtha Legrand
no vota en Villa Aguirre. Beto Casella no vota en Movediza.
El tiempo dirá si el regreso a casa de El Hijo del Dentista
fue una extravagancia de millonario aburrido o un compromiso de verdad con su presunto
amor por el pago chico. Pero todavía falta lo mejor. Aún El Tábano no se sentó
en el entrepiso de un despacho de tres por tres con paredes de durlock y un
tubo fluorescente a la altura de la cabeza, como cualquier otro concejal raso
del Honorable Concejo Deliberante. Esa postal aún está por verse.
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Datos extraidos de Casas de Hoy