30 de agosto de 2020

Sociedad

Parir y nacer sin miedos: la historia de Milo

Milo no nació ni en la Clínica Chacabuco ni en Sanatorio. Tampoco lo hizo en el Hospital. Abrió los ojos al mundo en el interior de la camioneta de su familia, en plena calle, en Buzón y Canadá, frente al estacionamiento de Carrefour.

Lo recibió Juan, su papá, quien tuvo que romper el saco amniótico de un pellizco para ayudar al parto. Y también fue Juan quien lo puso sobre el pecho de Manuela, la madre de Milo, para que retomara el vínculo apenas interrumpido en el trabajo de parto.

Madre e hijo siguieron el viaje hasta a la Clínica Chacabuco unidos por el cordón umbilical.

Esta es la historia de un parto muy especial, en un tiempo donde el concepto de "parto respetado" ha vuelto a cobrar vigor porque la ley está aprobada y reglamentada pero todavía poco usada.

Cálculos. Manuela Vargas y su esposo esperaban a Milo para la semana 40, pero el niño se adelantó unos 10 días. La familia había decidido pasar todo el tiempo posible en el hogar; transitar por la experiencia del parto en un entorno propio y no en una institución sanitaria.

"A las 17, mi marido empezó a contar el tiempo que pasaba entre contracción y contracción. A las 12, ya eran cada 5 minutos y bueno como todo trabajo de parto se puso más intenso hora tras hora. A las 5 de la madrugada decidí llamar a Silvia Fitipaldi mi maestra espiritual. Ella tiene experiencia en lo que es la partería tradicional pero además tiene como especialidad, dentro del Ayur Yoga, el preparto, parto y posparto", recuerda.

"Mi marido estuvo colaborando todo el tiempo con lo que mi maestra iba proponiendo para pasar cada contracción: desde baños con hierbas, hasta toallas y posiciones. Todo lo que se podía hacer, se hizo".

Natural. Manuela iba a ser madre por segunda vez y algo tenía claro. "Quería pasar todo el tiempo posible del trabajo de parto en mi casa. No quería mucha intervención, sino que fuese lo más natural posible" contó en Radio Tandil.

En todo este proceso, algo resultaba vital: confiar en la naturaleza y escuchar el propio cuerpo. Desandar ese camino que impuso el progreso y volver a las fuentes.

"Yo me conozco y sentía que iba todo bien, por eso traté de vivirlo de una manera muy natural. En una institución es obvio que te quieren cuidar y que deben seguir los protocolos, pero yo lo quería vivir a mi manera, estar en mi casa todo el tiempo posible", añadió.

¿No sintió miedo de quedarse hasta último momento en su casa? "Al contrario", responde, muy segura. "Me daba miedo irme de casa. Yo quería quedarme ahí", recordó.

¿Y cuándo decidió que era hora de partir para la clínica? "Eso no lo decidí yo, por supuesto", dice y se ríe. "Yo me quería quedar, pero mi marido no. Me dijo 'vamos que llegamos'. Estábamos en compañía de mi maestra espiritual y ella también me dijo que era hora".

Manuela había avisado a la clínica, por las dudas, un día antes, cuando había empezado con las primeras contracciones. También un día antes había armado el bolsito con el ajuar.

Apuro. Cuando decidieron salir para la clínica, el trabajo de parto estaba prácticamente acabado. Milo estaba en camino.

Tomaron el bolso, encendieron la camioneta y se abrigaron para salir. Hacía muchísimo frío y Manuela tenía solo una remera puesta. El trabajo que venía realizando se había cobrado el sudor de la joven.

"Juan me cargó como pudo porque yo ya no podía sostenerme. No bien arrancó, empecé a los gritos porque sentía que el bebe iba a salir en cualquier momento. Me pedían que respirara hondo y que aguantara hasta llegar, pero yo no paraba de gritar que iba a nacer", relató.

"En el camino, a la altura de Buzón y Canadá, sentí un ardor muy fuerte y me dí cuenta que estaba coronando", continuó.

Entre tanto, Juan llamaba al pediatra para avisarle que iban en camino a la Chacabuco y que el proceso estaba muy avanzado.

Cortó la comunicación y Manuela le daba la orden de estacionar. Milo iba a nacer ahí mismo, en el asiento de atrás, y en los brazos de su padre.

Milo empezó a salir y lo hacía todavía dentro de la bolsa. Entonces Juan tuvo que romper la membrana con sus manos. Con más dudas que certezas, tomó coraje y lo hizo.

"Mi marido, temblando, la rompió y ahí fue como el parto de una yegua: explotó la bolsa y salió Milo. Juan lo tomó y me lo puso en el pecho. Fue todo muy rápido. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Fue increíble ese momento. El gordito abrió los ojos automáticamente, cambió el oxígeno y a los pocos segundos ya estaba gritando como un gatito. Todo estaba perfecto", relató la madre.

Fuera de la camioneta, la temperatura no daba tregua. El frío bajaba a pique sobre el asfalto. Entonces lo arroparon con la bata que habían comprado para el día después pero que a esa altura de la jornada ya los vestigios del nacimiento.

Sobre el pecho de la madre Milo llegó a la clínica. En la puerta de la guardia esperaba Bernardo, el pediatra, quien no se tomó ni un minuto para cortar el cordón umbilical. Antes de que la pasaran a la camilla, el trabajo estaba hecho y el vínculo ahora puramente emocional.

En la clínica los recibieron un poco sorprendidos. Madre e hijo habían llegado como seres independientes.

"Pedí que no me lo sacaran de encima y lo respetaron. Se portaron muy bien, de forma muy amorosa. La partera Nacha también estuvo muy amable con mis decisiones", agradeció.

"Creo que son decisiones que deben ser respetadas, porque se trata de algo muy personal de cada mujer. En mi caso, llevo una vida muy natural y lo que sucedió fue muy coherente con mi vida", sostuvo Manuela.

"No hubo nada improvisado. Estuve acompañada y guiada, siempre. Y me formé mucho durante el embarazo. Por lo general nos llenan de miedo y el miedo nos bloquea. Lo que pasó fue muy lindo. Distinto y muy lindo".

"Hay que resaltar que es fundamental el acompañamiento de una persona experimentada en el tema. Como en mi caso, que estuve guiada por mi maestra espiritual durante el embarazo y todo el trabajo de parto, quien supo qué hacer en cada etapa . Me dio contención cada vez que el dolor me ganaba y su entrega amorosa de toda su sabiduría hizo que todo saliera como salió. Algo que toda mujer debe saber es que todas podemos tener un parto natural si así lo deseamos", resaltó finalmente.

Así llegó Milo al mundo. Con sus tiempos, con las convicciones de su madre y el acompañamiento atento de su padre. Llegó desprovisto de miedos, tal es así que hubo hasta tiempo para una "selfie" en familia, en la camioneta que fue el atípico hogar de acogida. Llegó sembrando alegría y lágrimas en los ojos, como en las películas de aventura y finales felices.


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