9 de agosto de 2017
Sin pasión escatológica. Sin ánimo de andar revolviendo
inmundicias. A mero título descriptivo, el aguafuerte deviene de uno de los
tantos contratiempos urbanos que se viven a diario. Tropezar con un tereso de
perro fue, para el sastre Ramón Edmundo Salvatierra, 69 años bien llevados, el
momento agrio de la mañana. Pero su caso es uno entre cientos. El volumen de
las deposiciones caninas parece incontrolable. En cualquier vereda, de
cualquier barrio, incluida la peatonal bipolar, lugar donde el sastre pisó, sin
margen de error ni gambeta póstuma, el tereso de su desgracia.
La primera reacción fue el insulto. Luego intentar despegar
de la suela los rastros del encuentro. Salvatierra encontró otra adversidad: la
peatonal carece de cordón, imprescindible elemento a la hora serruchar la suela
del zapato contra el granito.
Salvatierra, como pescado en falta, guarda el celular en el
bolsillo, consulta el daño colateral y lanza a la atmósfera serrana su
indagación existencial: por qué hay tantas cagadas de perro en la calle. Un
tipo que le pasa al lado y lo mira con piedad le dice en tono académico que
resulta increíble la paradoja de la especie humana: "Hemos sido capaces de hallar el genoma humano pero nada podemos hacer contra
el excremento canino", sostiene, como si a alguien le interesara su
estrafalario comentario. Una mujer, adicta a las estadísticas, alega entonces
que muy pronto en Tandil perros y humanos quedarían empatados. "Somos 140 vecinos y 110 mil perros",
contabiliza. Alguien más sensato, que se ha detenido para compartir las
cavilaciones vecinales en torno a Salvatierra, sostiene que si cada vecino
sacara a su perro con la respectiva bolsita de almacenar excrementos, el
problema disminuiría considerablemente. Sólo quedarían los perros callejeros, "Un tema para el perro Olivera",
bromea, en alusión al titular de bromatología.
Ninguna de todas estas opiniones parecen importarle a
Salvatierra. Sólo sabe que hace apenas tres minutos venía caminando lo más tranquilo,
mientras leía un mensaje de watssap desde su celular, cuando metió la pata en
lo irremediable. "Es que el celular
aliena", señor, le dijo el cráneo del genoma humano. Lejos de estas
tortuosas meditaciones, Fernando, el joven que hace meses trabaja de músico a
la gorra al lado del kiosco de diarios y revistas del finado Izaguirre, resiste
el frío y se gana la diaria.
Frente al gesto contrariado de Salvatierra, asoman
congruentes los resultados que arrojan las mediciones de calidad de vida acerca
de las cuestiones que más irritan a los vecinos. Los perros sueltos es una de
las más importantes. Y, por carácter transitivo, los obsequios que van dejando
en la vía pública.
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Datos extraidos de Casas de Hoy