Violencia. Agredieron a una médica tandilense en el Hospital de Ayacucho

Cada quince días, Romina Alonso llega temprano a la Terminal de Tandil. Allí, espera el colectivo que a las 8 en punto la dejará en la estación de micros de Ayacucho. Desde ahí camina algunas cuadras hasta el Hospital Municipal, donde a las 8.10 empieza a atender a sus pacientes. Nunca tiene menos de treinta turnos asignados. Uno tras otro, el desfile es incesante en su consultorio oftalmológico. Romina intenta no extenderse demasiado con cada uno para no hacerlos esperar más de la cuenta. Cuando termina, emprende el camino de regreso, para seguir con su trabajo en nuestra ciudad. Viernes por medio, esta rutina se cumple con regularidad. Hasta el último, que una inesperada agresión la alteró.

"Yo había citado a una nena de 6 años que ya había atendido y no ve casi nada. Su caso me tenía angustiada porque la mamá la retaba por no ver", relata Romina a El Editor. "Ella tenía el turno número 20. Yo comencé a recibir a los pacientes y cuando iba por el sexto o séptimo, la mamá me preguntó cuándo le tocaba a su hija. Como no conozco a quiénes tengo en la lista, no supe qué responderle. Entonces, cada vez que salía a buscar al siguiente, me hablaba peor".

El tiempo pasó y la mujer decidió irse con su hija, su pareja y la abuela de la nena, quienes estaban acompañándola. Cuando le tocó el turno, ya no estaban, así que la médica siguió. Un rato después, la familia regresó al hospital. "Cuando busco a uno de los últimos, la mujer me preguntó si ya la había llamado. Le respondí que sí, que había perdido su lugar y que debían esperar a que terminara de atender. Un rato después, al salir para llamar a otro paciente, me bloqueó la puerta, me tiró el ticket con el turno en el escritorio y me dijo: 'No me voy hasta que la atiendas'".

Intentando no entrar en conflicto, la médica optó por mirar la planilla con el listado de pacientes, a la espera de que ellos se fueran. Pero eso no ocurrió. "Después de varios improperios, me tiró un manotazo y me golpeó la mejilla. En ese momento, la abuela la agarró para que no volviera a pegarme y la sacó del consultorio. Pero antes de irse, la pareja me amenazó diciéndome que yo no sabía lo que me podía llegar a pasar".

Romina no supo reaccionar. Arrastrada por la inercia del trabajo, siguió atendiendo. Ella misma no entiende qué le pasó en ese momento. Lo cierto es que llamó al próximo paciente y lo recibió. Recién cayó en la cuenta de lo sucedido cuando esa persona le contó que todos habían escuchado cómo la familia planificó la agresión. Incluso, pensaban encerrarla en el consultorio y pegarle. "Ahí caí y me largué a llorar, tal vez porque me dolió que la gente supiera y nadie me avisara o alertara al personal de seguridad".

Angustiada, Romina llamó al director de personal del Hospital, quien le recomendó hacer la denuncia. La médica le hizo caso: fue hasta la comisaría y dio testimonio del hecho. Luego del trámite, volvió al consultorio y retomó su trabajo. Allí vivió algo que escapa a su comprensión: "Los pacientes que quedaban habían visto la situación y aún así me increpaban preguntándome: '¿Doctora, me va a atender o no?'".

Romina no sale de su asombro. Aunque reconoce que "el maltrato verbal de la gente es común", no entiende cómo nadie se involucró: "No les importó nada de lo que había sucedido". Sin embargo, por estas horas otra cosa la preocupa: el marido de la agresora, que la amenazó en el consultorio, estuvo preso hasta hace pocos días. La médica desconoce si cumplirá o no con su advertencia, pero lo teme, sobre todo después de la denuncia. "Tengo miedo a las represalias", confiesa, y piensa en esas cuadras que camina cada mañana para llegar al hospital. "Mi marido me dijo que no vaya más". Ella aún no lo decidió. Todavía intenta elaborar todo lo que vivió en una mañana.