28 de mayo de 2017

Suelo urbano

Volverán las ocupaciones de tierra

por
Juan Perone

Todavía no se apagaron los ecos de la última toma de terrenos.  Fue en Movediza.  La Justicia desalojó sin necesidad de recurrir a bastones y a carros hidrantes de la Policía.

Pero el problema no se terminó con esta última incursión.  La falta de suelo urbano, el inaccesible costo de los lotes en Tandil, los valores de los alquileres crecientes y los salarios en baja anticipan otras situaciones de la misma naturaleza.

En Tandil, la ocupación de tierras ha dado para todo.  Para grandes fortunas y para posicionamientos políticos emergentes de los escándalos. También ha dado para que el Estado se desentienda del problema del suelo urbano, su uso y su expansión controlada.

Funcionarios, empresarios y otros allegados al poder de turno, con posibilidad de obtener datos catastrales precisos y privilegiados en el Municipio, amasaron un dineral detectando y cercando tierra.  El mecanismo siempre existió pero en los últimos 20 años se aceleró producto del boom del turismo y la cotización de la tierra en Tandil.

Los pobres hicieron lo propio con menos información pero más coraje a la hora de la ocupación.  No pusieron abogados pero pusieron el cuerpo y así, muchas veces, lograron quedarse con el suelo.  

Entre ambos sectores, un grupo de asalariados, también logró el contacto necesario y la distracción de los caranchos inmobiliarios para hacerse de la tierra.  O en el mejor de los casos compraron a bajo precio sabiendo el origen turbio de la operación.

Sus casos no fueron tapas de diarios ni de escándalos con la Policía, pero no son pocos.  Se desempeñan en la administración pública, frecuentan los espacios de la clase media local y miran para otro lado cuando se criminaliza la toma de la tierra.

La última ocupación de Movediza tuvo como protagonistas a jóvenes de la zona.  Hijos y nietos de vecinos del lugar.  No fue necesario recrear el mito del colectivo de villeros del conurbano protagonizando el asedio y la conquista de la ciudad porque se trataba de jóvenes de Tandil que en las actuales condiciones no tienen ni tendrán la posibilidad de la casa propia.  Jóvenes que con empleos precarios o mal pagos ni siquiera tendrán la posibilidad de seguir alquilando.

El juez de garantías José Alberto Moragas dispuso el desalojo y levantamiento de las casillas que ocupaban dos manzanas comprendidas entre las calles Azucena y Alvarado a la altura de Paseo de los Niños y Salta. 

Hasta el momento de la toma ellos vivían en casas de amigos, en casas paternas, multihogares, en condiciones de hacinamiento, en alquileres ya vencidos y corridos por contratos y la amenaza de la Justicia.

Se calcula que en Argentina debe incrementarse un 30 por ciento la cantidad de viviendas.  Y que la mitad de los argentinos tiene sueldos de menos de 8500 pesos cuando la canasta básica asciende a casi 5 mil.  Tandil no es la excepción a la regla, solo que aquí las estadísticas de la pobreza no son ejecutadas por miedo a los resultados y a la caída de la alta cotización que ha sabido ganarse la ciudad en las góndolas del confort y la calidad de vida.

Con empleos en baja, poder adquisitivo en pendiente descendente y aumento de la informalidad laboral, el acceso al suelo y la construcción de una vivienda es más que una utopía.  En la ciudad, un terreno diminuto en Movediza cuesta un cuarto de millón de pesos.  Uno en el Tropezón medio millón y Villa Italia se ha vuelto inaccesible para un trabajador no calificado.  Comparados estos valores con los salarios, todo proyecto se vuelve inalcanzable.  

Los emprendimientos colectivos que hasta hace poco fueron furor porque se adquirían grandes macizos para subdividir a valores razonables entre trabajadores con salarios dignos se consumieron y no hay nuevos.  La iniciativa de los privados suplía la política urbana que debía haber propuesto el Estado municipal pero nunca lo hizo.

Hoy, sin esta iniciativa, se hace más evidente la ausencia de una idea de producción de suelo urbano que abra nuevos accesos, controle la especulación y motorice la construcción privada e individual que está en franca recesión, pero, sobre todo, una política que de la chance de la autoconstrucción que siempre fue una oportunidad certera para los asalariados menos pudientes.  

Sin suelo no hay nada.  Ni siquiera esperanzas de montar un ladrillo sobre otro y en algún momento tener un techo propio.  En esa ausencia de expectativas, sociales y económicas, hoy se vuelven a dar las condiciones para nuevas tomas.  

Hay necesidad y no hay una respuesta del Estado a mediano y largo plazo .  Y ya se sabe lo que pasa en estos casos... los derechos se aseguran o se reprimen.  


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