Tandil. Una patota golpeó a su hijo pero la Justicia archivó la causa

"Lo golpearon y le dijeron: 'Eso te pasa por andar solo'". Alejandra aún recuerda los gritos de su hijo aquella madrugada, cuando una patota lo asaltó a metros de su casa y lo golpeó hasta dejarlo tirado en el piso. El hecho ocurrió casi un año atrás, pero la angustia es imborrable. También la bronca: el expediente judicial iniciado tras la agresión de aquel 24 de julio fue archivado poco tiempo después, sin responsables. Involuntariamente, Alejandra revivió el episodio esta semana, cuando leyó en El Editor el caso de otro joven violentado a la salida de un boliche.

"Esa noche, mi hijo venía caminando de Sol Disco, que queda a pocas cuadras de casa", recuerda la mujer en diálogo con este portal. "Cuando estaba por llegar a Basílico y Quintana, tres personas lo corrieron, lo alcanzaron y empezaron a pegarle. Él se cayó pero le siguieron dando patadas en el piso, hasta que le sacaron el celular y la billetera". Durante la golpiza, el joven pidió ayuda a los gritos. Curiosamente, su familia los oyó, pero no imaginó que eran consecuencia de un ataque que tenía como víctima a su propio hijo. "Nosotros escuchamos algunos gritos pero tenemos tan naturalizado lo que pasa a la salida de ese boliche que pensamos que eran unos pibes corriendo, nada más".

Cuando la patota lo dejó, el chico entró a su casa llorando, con la cara ensangrentada y el cuerpo lastimado. "Ese momento fue una locura", recuerda la madre. Lamentablemente, la ausencia de lógica sería el común denominador de todo lo que vendría después.

"Llamamos a la Policía, que fue hasta mi casa. Pero el oficial ni siquiera tenía una lapicera para anotar el nombre de mi hijo. Lo único que hizo fue entrar al baño, ver que estaba ensangrentado e irse". Ante la inacción policial, Alejandra optó por llevarlo a la guardia del Hospital, confiada en que ya habría tiempo para radicar la denuncia. En efecto, horas después, una abogada amiga les aconsejó escribir el relato de los hechos y presentarse directamente ante la Fiscalía, para agilizar la intervención judicial. Así lo hicieron.

Adjuntaron a la denuncia las imágenes de la agresión, tomadas por la cámara de vigilancia de un vecino, quien les ofreció la filmación. Alejandra nunca se animó a mirarlas. Sí lo hizo su hijo: era necesario para encontrar el fragmento y copiarlo en un CD, que luego entregó a la Justicia. No tuvo otra alternativa que verse a sí mismo en el suelo, lastimado, tapándose la cara para amortiguar los golpes.

"Él nunca declaró. Cuando presentamos la denuncia, lo hicieron pasar, se la recibieron y lo hicieron firmar para dejar constancia. Nunca más lo llamaron". Algunos creen que existe la intuición de madre. Esa razón o la que fuese llevó a Alejandra a regresar a la fiscalía pocos días después. "Pregunté cómo iba la causa y me dijeron que estaban investigando, nada más". Fue la última vez que pasó por ese lugar. A los dos meses, recibió un llamado telefónico: le informaban que la causa quedaba archivada.

"No entiendo por qué tomaron esa decisión", se pregunta aún hoy. "Ni siquiera mandaron una notificación". Lo cierto es que nunca volvió a tener novedades. "Cuando leí  la noticia de esta mujer, me indigné porque recordé lo que nos pasó a nosotros", confiesa.

Aquel momento dejó en Alejandra un sabor amargo, decepcionante: "Te sentís desamparado. Querés que alguien te ayude, la policía, la fiscalía, los jueces, pero nadie hace nada". También, dejó una buena dosis de temor. "Me da miedo que mis hijos salgan", reconoce. El mismo miedo que siente los lunes por la mañana, a las 6.30, cuando sale a trabajar y tiene que tomar el colectivo en la esquina de ese mismo boliche. "A esa hora, la Policía no está cuidando. Yo misma los he visto tomando mate en la estación de servicio. Una vez le pregunté a una oficial y me respondió: ?Nosotros ni nos metemos?".