31 de julio de 2017

Inseguridad

Patotas, macetas y zonas liberadas

por
Marcelo Bettini

Todos los meses -durante los últimos seis, como mínimo- una noticia parecida nos sacude la modorra; un grupo de adolescentes ataca a un joven desprevenido para robarle un celular, las zapatillas o lo que la víctima tenga encima. Como pirañas en un cardumen rodean a su presa y descargan una ferocidad que desarma y desconcierta. La muelen a golpes con resultados que van desde contusiones y cortes hasta heridas más graves que requieren internación.

No ocurre en un conurbano bonaerense sembrado de malevaje ni en lejanos descampados dominados por el lumpen. Es una postal de la idílica Tandil. Pasa en las cuatro avenidas y hasta en el microcentro. Nadie está a salvo, ni los pibes que salen del colegio a la tardecita ni los que van a bailar.

 El último caso conocido ocurrió a las 4.30 de la madrugada del sábado, cuando dos amigos, ambos de 19 años, abandonaron la discoteca "Glow" de avenida España y enfilaron hacia 9 de Julio. A poco de andar divisaron un grupo de varones en la esquina. "Crucemos que estos son chorros", advirtió uno y su amigo le hizo caso. El que dio la alarma no logró zafar.

 Uno de los chicos le preguntó la hora y le respondió que no sabía. "Dale que tenés el celular ahí", dijo el ladrón señalando el bolsillo delantero derecho del pantalón de su presa, que a estas alturas ya estaba rodeada.

 Lo sujetaron y se trenzó en pelea contra los siete. Pero la vida real no es un filme de artes marciales donde el bueno zurra a los malvados de a uno en fondo. Lo tiraron al suelo y le patearon las costillas, el rostro y la cabeza hasta que lograron robarle el teléfono.

 "Él vino a ayudarme cuando vio que me estaban pateando en el suelo, alcanzó a pegarle a uno y los otros dispararon cuando ya tenían mi celular", dice la víctima señalando a su compañero, el que sí alcanzó a cruzar la calle y esquivar la emboscada.

 Policías ¿en acción?

Golpeado y burlado por los atacantes que en su despedida lo desafiaban a que se atreviera a recuperar el celular robado, el chico y su amigo salieron en busca de un policía. Encontraron a dos -un hombre y una mujer- en un patrullero, a una cuadra. Denunciaron lo ocurrido e insistieron con salir a buscar a la patota, porque conocían el rumbo que había tomado.

 "Aceptaron llevarnos y les íbamos indicando por dónde habían disparado, pero (los policías) iban muy despacito. En un momento les dije que parecía que no querían agarrarlos y la mujer policía me contestó que yo no le iba a enseñar a hacer su trabajo. Capaz que yo estaba nervioso por lo que me habían hecho, pero la verdad es que iban a dos por hora", recuerda la víctima.

 Su amigo da una versión similar y agrega: "Cuando los pudimos localizar les decíamos que se apuren, que eran esos, pero seguían despacio y cuando se bajaron, lo hicieron muy lento, todo hacía pensar que querían que los chorros se escaparan, ni siquiera les dieron el alto o les pidieron que se pusieran contra la pared, nada, ni documentos les pidieron".

 Efectivamente, al llegar a la Plaza de las Carretas, los siete se dividieron. Para ese entonces al móvil de la Bonaerense se le habían sumado "dos policías de los de uniforme celeste y todos caminaban despacito atrás de los patoteros, como acompañándolos".

Macetas para enfriar el botín

La pasmosa parsimonia oficial convenció a los amigos de que sería una utopía intentar recuperar lo robado por la vía esperable en un Estado de Derecho. Con ayuda de un familiar utilizaron el sistema de rastreo del celular y salieron a buscarlo. El GPS los llevó a 9 de Julio y Sarmiento. Eran las cinco y media y la cuadra estaba desolada. "Pero el GPS me indicaba justo ahí, así que revisé el macetero y lo encontré, junto con otros dos teléfonos", explica el adolescente, víctima por triplicado de robo, golpiza y desidia policial.

¿Por qué había tres celulares en la maceta? Una hipótesis es que los delincuentes usan ese agregado del mobiliario urbano para "enfriar" el botín. Así, en caso de que se hubieran topado con servidores públicos más comprometidos, no llevarían consigo un artículo que los pusiera in fraganti delito, según la jerga policial.

 ¿Y los otros teléfonos? "Buscamos a los mismos policías y se los entregamos", cuenta el dúo de amigos.

 Quizá los uniformados hayan localizado a los dueños y devuelto los aparatos. Si dos pibes de 19 años y un familiar pudieron recuperar lo robado, no debe haber sido difícil el trámite en manos de quienes tienen los medios y las facultades para "proteger y servir", como reza la leyenda impresa en los patrulleros de las películas yanquis. O tal vez eso solo suceda en la ficción hollywoodense.

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