17 de septiembre de 2018
El cabezón había nacido en el barrio del estadio. Los
baldíos que estaban cerca de Pinto y Rivadavia lo vieron despuntar la pasión
por la pelota en los años de la niñez.
Allí, junto a sus amigos, se divertían a diario con alguna
pulpo, inclusive muchas veces la precariedad de la situación los invitaba a
jugar con una globa confeccionada a mano por alguna de las viejas. Un poco de
papel, trapo y una media enganchada de paso en algún baile y que ya estaba
fuera de servicio, eran la fórmula ideal para armar una redonda que no los
limitara en esa insistente búsqueda de la gambeta, los goles o las grandes
atajadas.
La historia de nuestro personaje de domingo seguramente es
muy similar a la de muchos de los muchachos que han despuntado el vicio del
futbol en tierras serranas.
La diferencia entre él y los demás siempre han sido los
goles. Porque el cabezón pertenece a una raza que está en extinción, ya que
cada vez es verdaderamente más difícil encontrar un goleador. Parecen estar
exiliados en una tierra lejana, quizá hasta enojados con aquellos que han hecho
que el estado físico predomine por sobre el talento.
Enojados con aquellos que prefieren correr y correr en vez
de jugar.
Los goleadores fueron protagonistas de páginas y páginas en
los diarios. Motivo de debate en las mesas de café y excepcionales embajadores
de nuestro futbol.
Por eso quería recordar al "cabezón" y referirme a un hecho
particularmente muy especial en su vida profesional, ya que debe haber,
futbolísticamente hablando, momentos inolvidables pero sin lugar a dudas
enfrentar a la selección de nuestro país y hacer un gol no es cosa de todos los
días. Inclusive a sabiendas de que el gol solo serviría para el eventual
descuento ya que por aquel entonces era casi imposible que un humilde equipo
del interior del país, clasificado para jugar el regional, pudiera vencer el
poderío de semejantes monstruos.
Cada vez que llega un 9 de febrero se cumple un año más de
la disputa de un partido inolvidable en el Estadio General San Martín.
Aquella noche Excursionistas, que se había ganado el derecho
de representar a Tandil en el torneo regional, enfrentaba nada más y nada menos
que a la Selección Argentina, comandada por el flaco César Luis Menotti.
El nuevo entrenador de la "albiceleste" buscaba en cada uno
de los amistosos ir conformando el equipo que dos años después se consagraría
campeón del mundo, levantando la copa en el Estadio Monumental y generando la
alegría mentirosa de un país que lejos de aquella fiesta, atravesaba uno de los
momentos más terribles de su historia. Nadie puede dudar que aquella gesta
deportiva fue empañada por el accionar destructivo de los militares que
llevaban adelante los destinos de un país en el que la libertad, para algunos,
era una palabra prohibida.
Pero volviendo al pago chico, en Tandil se vivía con mucho
entusiasmo la previa de aquel partido y nuestro héroe, el cabezón, consumía con
cierta impaciencia los momentos previos.
Goleador desde las divisiones inferiores, Santamarina había
sido el club que ostentaba sus servicios desde pequeño aunque en aquel momento
le tocara defender la camiseta del trueno verde.
Bien es sabido que en el interior del país el futbol ha
servido para ganarse un manguito que colabore con la economía familiar pero que
nadie ha podido vivir de esto.
Así que nuestro amigo despuntaba el vicio los domingos y en
la semana recorría las calles de Tandil en una camioneta de la histórica firma
Levy. El cabezón era uno de los vendedores de la empresa y su trabajo constaba
en visitar negocio por negocio repartiendo elementos de perfumería y
cigarrillos.
Reconocido desde su juventud por la increíble capacidad
goleadora, el cabezón se robaba los espacios en los diarios donde sus goles
hacían debatir a aquellos que en las mesas de café, siempre han luchado por
dejar en claro que es ahí donde más se sabe de este deporte.
Y así reza en un diario de la época que habla de una charla
de bar en la que se debate si hay que saber hacer goles o hay que tener suerte
a la hora de ser poseedor del balón dentro del área y enfrentar al arquero.
El periodista destaca "mientras en la mesa del bar se
discute, el cabezón nos sacó la duda. Para hacer goles no solo hay que saber o
tener suerte. Hay que estar ahí, donde la pelota va olfateando un botín que
muchas veces no encuentra"
"Para que quiere el cabezón la galera y el bastón si le
basta con el mameluco del obrero del gol?.. vamos amigo contéstele a esos
muchachos del bar pero con palabras sino en su idioma?el idioma del gol".
Bonito recuerdo de un periódico de aquellos años para
graficar lo que significa nuestro protagonista de hoy.
Aquella noche inolvidable Excursionistas salió a la cancha
con:
Jorge Rigante, Jorge Solimanto, Arguezo, Eresuma, Lavayen,
Canale, Daniel González, Gerardo Villar, Arrieta, Aldo Villar y Tatin Alvarez.
La selección argentina formó con Fillol, Killer, Passarella,
Tarantini, Galbán, Mouzo, Scotta, J.J. López, Luque, Alonso, Ortíz.
Cuenta la crónica de esa noche que Excursionistas comenzó el
encuentro muy nervioso ya que las más de diez mil personas apostadas en el San
Martín vieron como a los 30 segundos del inicio, el negro Ortiz marcó el primer
gol para la selección.
Scotta le dio al arco con tiro cruzado, Rigante dio rebote y
el delantero no perdono.
A los 4 minutos Alonso se escapó por derecha, envío centro y
Luque no falló dentro del área, estableciendo el 2 a 0.
17 minutos mas tarde el gringo Scotta iría en busca de un
centro al área y con un potente cabezazo al palo izquierdo de Rigante,
colocaría el 3 a 0 con el que culminaría el primer tiempo.
En la parte complementaria el "albi verde" tandilense
ajustaría sus líneas y estableciendo una férrea defensa evitaría que los
muchachos de Menotti siguieran haciendo goles. Es más fueron varias las chances
de gol con las que contó la squadra tandilense, las cuales se encontraron con
la excelente respuesta del "pato" Fillol.
Pero a la noche le faltaba un detalle. En el banco, ansioso,
impaciente y con unas ganas bárbaras por entrar, aunque sea un ratito, estaba
el cabezón. El goleador intratable. El hombre que a pesar de no contar
estéticamente, quizá con todas las características, era dentro del área
infalible.
Con la sonrisa pintada, esa que aun hoy se observa en su
rostro cuando uno se lo cruza por la calle o comparte alguna charla. Esa
sonrisa de tipo alegre, feliz con la vida. Con esa sonrisa transparente, de
amigo, que solo exhiben las buenas personas, el cabezón salto a la cancha
promediando la media hora de aquel segundo tiempo con la casaca 16 y sus 23
jóvenes años para reemplazar al querido Daniel González.
Él iba a tener el privilegio de romper el cero de aquel
segundo tiempo aunque el gol le dejaría secuelas que lo alejarían de las
canchas por un par de meses.
A falta de 5 minutos para el final, Arrieta tomo el balón
por la izquierda desbordó la marca de Passarella, envío el centro y el cabezón
le ganó a la estirada del pato Fillol y con la punta del botín derecho tocó al
gol en el arco que da espaldas al calvario.
El goleador tandilense quedó tendido casi dentro del arco
por unos segundos y al recuperarse sintió un gran dolor en su pierna goleadora.
El diagnostico diría al otro día que un desgarró lo alejaría
de las canchas en toda la primera fase del torneo regional en que
Excursionistas enfrentaría entre otros a Estación Quequén y Alumni Azuleño.
Quedan como anécdotas de aquél partido, además de la lesión
del cabezón, los siguientes datos.
Un gran enojo en los tandilenses ya que el día después los
medios nacionales reflejaban que la selección argentina había jugado en la
localidad de Azul.
Otra de las perlitas tiene que ver con Houseman. El
delantero había ingresado en el complemento para reemplazar a Scotta. Picó dos
veces en busca de que sus compañeros le entregaran el balón y al no encontrar
respuesta le manifestó a Solimanto "pico una sola vez mas, sino me la dan me
tiro, me hago el lesionado y me voy".
Un par de minutos más tarde el delantero del globo cayó como
si lo hubieran matado en un roce con el defensor tandilense, dejando la cancha
por lesión.
El Gran Hotel fue quien cobijo la estadía de la selección en
nuestra ciudad. Los muchachos de Menotti se retiraron del estadio en medio de
numerosos aplausos que les brindo el público que asistió a ver aquella
contienda.
Nuestro protagonista, el cabezón, salió del Estadio General
San Martín con la humildad de siempre. En la puerta lo esperaba Any, su novia y
la que poco tiempo después se convertiría en su compañera de vida. Dicen que el
cabezón le dedicó aquél gol a su suegra Lina que ese mismo día estaba
cumpliendo años.
Ya han pasado muchos años de aquella noche en la que uno de
los hombres más reconocidos en nuestro ámbito futbolero, un goleador con todas
las letras, no falló y le marcó un gol a la selección nacional que luego sería
campeona del mundo.
Vaya este humilde recuerdo para un querido amigo que demás está
decirles creo que merece este y muchos más reconocimientos.
Fue un 9 de febrero de 1976. La noche en la que el cabezón,
Carlos Raúl Méndez, a pesar de la derrota de "Excursio", se anotó en la red del
arco del calvario, escribiendo en su idioma??.el idioma del goleador.
Escrito por Juan Ignacio Casero - febrero de 2008
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Datos extraidos de Casas de Hoy