27 de agosto de 2019

Politica

Los unidos que están divididos y los divididos que están unidos

Históricamente había sido el Peronismo de Tandil el que siempre llegaba a las elecciones dividido, mientras que el Radicalismo, desde el triunfo de Miguel Lunghi, había logrado unificar disidencias detrás de su fuerte figura.

Los 16 años de mandato del pediatra y la sequía histórica del peronismo desde Gino Pizzorno parecen haber modificado sustancialmente las condiciones de "presión y temperatura" en cada una de estas estructuras políticas.

La campaña de Marcos Nicolini fue de menor a mayor a la hora de marcar sus diferencias con la gestión de Lunghi. Empezó tímidamente y terminó achacándole la confiscación del poder -propia de los barones del Conurbano- y una insistente práctica el nepotismo entres sus filas. La cantidad de familiares dentro de la estructura de Gobierno fue uno de los últimos temas elegidos por Nicolini para hacer campaña en las redes sociales. Para algunos de sus seguidores el joven abogado puso tarde la "quinta". Le reprochan no haber sido más explícito y agresivo desde el principio de la campaña para marcarle los errores al adversario interno.

En el oficialismo, los resultados obtenidos por Nicolini hicieron crujir los engranajes oxidados y largamente sometidos a la corrosión del poder y la gandulería. Y por qué no, también, algo de la soberbia que se va acumulando entre año y año. La exigua diferencia de votos entre Rogelio Iparraguirre y Miguel Lunghi hizo que hasta aquellos que había entendido la decisión de Nicolini como un "berretín" de un joven político apresurado viraran rápidamente y con virulencia a la hipótesis de la traición. "¿Y si Miguel hubiese perdido por primera vez en sus cuatro mandatos? ¿Quién hubiese sido el culpable? ¿No es una irresponsabilidad imperdonable?", se preguntaban. La figura de Nicolini paso a ser la figura de trapo sobre la que los rápidos explicadores del infortunio empezaron a clavar las agujas.

En ese clima, recibieron a los "díscolos" en el comité de la UCR, el domingo de elecciones. Nicolini y los suyos fueron a saludar, a felicitar a Lunghi por su victoria interna y a ponerse a su servicio. Recibieron desprecio y agresión. Lo primero, del mismísimo Lunghi, quien los vio entrar, siguió de largo y los hizo esperar un largo rato como antaño a sus pacientes pediátricos. Lo segundo, de algunos lunghistas sacados por el miedo a la derrota, por el fantasma del desempleo, por esas pequeñas miserias propias de los microclimas políticos que los no iniciados en la militancia no alcanzan a dimensionar. Aseguran que recibieron insultos. Fuertes insultos. Incluso de figuras que cualquiera creería lejos de la práctica básica y rastrera de la puteada.

En estos días, se habría definido en el círculo rojo del Intendente dejar a Nicolini en la entrada del desierto, solamente aprovisionado de un gotero con agua y una lata de anchoas. En otras palabras, no darle más que el lugar de la concejal que entró por la minoría. Ni espacio en el Gabinete ni cabida para sus proyectos. Ninguneo total.

Nicolini se paseó el último sábado con los "reclamantes de la libertad y la república" en la Plaza Independencia y eso profundizó más el enojo. Los de Belgrano al 400 tratan de despegarse de la figura de Macri y Nicolini se ata al Titanic para inmolarse con el pianista del barco. El tema se debatió puertas adentro y primó la idea de hacerle pagar la "irresponsabilidad electoral". Creen que pueden solos. Que los votos de Nicolini irán para Lunghi, sobre todo, por el cauce natural del antiperonismo.

Mientras tanto, a cuatro cuadras del Palacio de la discordia, el candidato local del Frente de Todos iba a ver el partido de Santamarina. Antes se reunió con el presidente de la institución deportiva, Pablo Bossio. Iparraguirre y Bossio, la foto que parecía la más difícil del álbum del peronismo vernáculo, como reflejo de una fractura que viene desde mucho más arriba entre la agrupación de Máximo Kirchner, La Cámpora y Diego Bossio.

Bossio e Iparraguirre vieron el partido y hablaron del fútbol de Tandil, de la situación de los clubes, del estado del Estadio General San Martín, pero de política también, de la necesidad de cerrar filas y mirar hacia adelante más que hacia atrás. A este encuentro, Iparraguirre fue con una foto de un PJ no solo colmado sino estratégicamente equilibrado. Figuras históricas, algunas activas otras no tanto, y figuras nuevas, algunas muy activas y otras no tanto. Todos ellos en la primera fila de los actos que lo tienen como orador y como candidato. Por primera vez, en muchos años, los más recelosos de la unidad y los más selectivos para los acuerdos aflojaron cinchas y salieron a dar juntos el paseo previo a la carrera.

La pequeña y reciente historia local se ha revertido en estos días. El Peronismo va unido y sin grandes movimientos telúricos dentro del espacio, más allá de los habituales entre figuras que naturalmente aspiran al poder, a una parte del poder, a su parte del poder. Cambiemos va dividido, con un intendente que por primera vez se ve arrastrado hacia abajo por el candidato a presidente y la candidata a gobernadora; con un equipo cansado de ensayar una renovación que tras 16 años de gestión se pone cuesta arriba y con un resultado electoral que le pegó en la punta de la mandíbula como al boxeador que va a rematar a su contrincante contra las cuerdas y se topa con el gancho ascendente.

Lo cierto es que Lunghi tiene ventaja sobre el resto pero no tanto como la que antes le hacía transitar estos meses con la tranquilidad del intocable. Si lo deporta a Nicolini tendrá un adversario interno feroz desde el día siguiente a su gobierno. Si Iparraguirre despliega su "spinnaker" y de atrás sopla Alberto Fernández, con fuerza -como parece que va a suceder-, podría verse en un lugar impensado hasta hace unos meses.

Durante mucho tiempo, los políticos de Tandil pensaron que nada de lo que pasara fuera del alambrado vecinal iba a influir en el humor social del pago chico. También pensaron que la tijera era el arma contra todo mal. Casualmente, esa idea coincidió -en su furor- mayoritariamente con un tiempo en el que Lunghi privilegiaba su gestión y jamás la nacionalizaba.

En cambio, esta vez no "alambró el distrito", decidió jugar la tradicional, subirse al carro de Macri y de Vidal, motorizar la boleta completa, tal vez empujado por la necesidad de no regalarle a Nicolini ese espacio. Y le salió de la peor manera posible. Es complejo hacer una campaña con un candidato a presidente que cuando habla se despide. Ya es tarde para jugar al corte aunque el pediatra lo va a intentar. El hombre que se definió más de una vez como "radical de cuna y tumba" quiere dejar la segunda parte de la definición para más tarde, para dentro de cuatro años aunque deba cambiar el epitafio por uno que diga "Miguel Lunghi: radical de cuna y tumba que en el medio hizo lo que pudo".


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