5 de marzo de 2020
por
Javier Levigna
Mucho se habla en el país, en la Provincia y en nuestra ciudad, de la incertidumbre o de la falta de confianza o credibilidad que la gente tiene en la Justicia. Si uno habla con los vecinos se da cuenta que el descrédito es tal que cuando sufren un delito ni siquiera concurren a realizar la denuncia.
La Justicia es uno de los grandes temas. Su aplicación, los sectores judiciales, la intromisión de la Política, el favoritismo para dar o quitar crédito a quien se le antoje al poder de turno.
En este contexto, el fútbol no es ajeno a esta situación y, sobre todo, cuando quienes disfrutamos del fútbol, seguimos un representativo tandilense por el país y tratamos de observar -con la mayor ecuanimidad posible- las acciones del encuentro nos chocamos con situaciones que sorprenden para mal.
En este reinicio del Torneo de la Primera Nacional, Santamarina visitó una vez Capital Federal y otra vez el Gran Buenos Aires. Inevitablemente queda una sensación: que el reglamento es distinto una vez que llega un conjunto del interior a disputarle el partido a otro de Capital Federal, o sus cercanías, un encuentro a veces definitorio y otras no tanto. Queda la sensación de que el reglamento es uno en aquel lugar y otro en Tandil.
En Tandil se parece bastante a lo que debería ser. En estas dos incursiones que ha hecho Ramón Santamarina (ante Deportivo Riestra y ante Brown de Adrogué) fue visiblemente perjudicado en los fallos arbitrales. Contra Riestra, Nelson Sosa, un árbitro relativamente nuevo en la categoría, pitó deliberadamente en situaciones muy claras perjudicando al aurinegro. Si lo de Nelson Gómez movía alguna suspicacia o pensar que a los equipos del interior no los miden con la misma vara, lo de Lucas Comesaña, el último sábado, en Brown de Adrogué, fue definitorio sobre ese tema.
Fue un árbitro que sancionó faltas que deberían favorecer a Santamarina y lo hizo en contra; un árbitro que cobró un penal que sólo él vio contra el equipo de Tandil, pero no cobró uno que vio todo el estadio -y hasta en la televisión, como muestra la foto- a favor de Santamarina. Fue un árbitro que permitió que a un delantero de Santamaría, como Telechea, le hagan siete u ocho faltas y no sancionó absolutamente ninguna; y además le habló permanentemente como buscando una respuesta que se transformara en una expulsión. Un árbitro que decididamente en todos sus fallos perjudicó un equipo.
Quien administra Justicia dentro del campo de juego puede tener errores y hay que comprenderlo. Somos humanos. Pero cuando en la totalidad de los fallos el juego se inclina hacia un solo lugar, mínimamente, tenemos que empezar a sospechar, a observar y a decir, porque lo que también tenemos los humanos es el don de la palabra, el don de la expresión y la comunicación a través de los medios o en las redes sociales.
Por eso comencé esta nota diciendo que al fútbol también le hace falta un baño de Justicia. Alguna vez hablé con Javier Castrilli, quien renunció cuando observó algunas recomendaciones de quienes en aquel momento designaban árbitros a sus dirigidos. Renunció porque no se bancó esas órdenes para dejar el reglamento "un poquito al costado en algunas circunstancias".
A veces me resisto a creer que esto pueda seguir sucediendo, pero los hechos como el de Lucas Comesaña, en el último partido, parecían darle la razón a Castrilli . A los equipos del interior les cuesta mucho: esfuerzo dirigencial, del cuerpo técnico, de los jugadores que si bien son profesionales a diario pelean por el equipo y por su prestigio individual. El esfuerzo de los hinchas y de la ciudad para acompañar un equipo que le genera un prestigio en la segunda categoría el fútbol argentino, movimiento turístico y una situación de privilegio que se ganó dignamente.
A veces todo esto se ve amenazado, en parte, por los malos resultados futbolísticos, pero también en parte también por acciones que no deberían ocurrir dentro del campo de juego, sobre todo por parte de quien tiene que impartir Justicia.
En este tiempo de honrar el valor de la palabra, como ha dicho recientemente el presidente de los argentinos; en este tiempo de reactivar virtudes y acciones que generen confianza, en este tiempo de dar vuelta una página para empezar a mirar el futuro con otros ojos y dar credibilidad en las instituciones, los arbitrajes como el de Comesaña no debieran existir, no debieran suceder.
Quizá tuvo una mala tarde o quizá tuvo que obedecer una orden para sostener su carrera. Ojalá haya sido la primera y también haya sido la última que cualquier equipo del interior tiene que sufrir cuando los esfuerzos son múltiples y los cachetazos también.
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