28 de mayo de 2020

Deportes

El enano aurinegro

por
Juan Casero

Basado en una anécdota que el inolvidable Willy Triviño contó alguna vez en uno de sus tantos viajes en bondi, para alentar al aurinegro. El periodista Juan Casero le dio forma a esta historia en la que el fútbol, sus pormenores, las pasiones y las acciones que derivan de todos estos sentimientos, confluyen, colaborando a la hora de armar una hermosa anécdota futbolera. En homenaje al gran Willy en el día del hincha de Santamarina, instituido a partir de su fallecimiento, compartimos con ustedes este texto.


El enano aurinegro

El enano era de esos jugadores que en el barrio cualquiera que osara con opinar acerca de las cualidades futboleras de los que por allí despuntaban el vicio hubiese definido como un "picapiedras", uno del montón, un pata dura.

Era de esos claros ejemplos en donde las ganas le ganan al talento. Desde chico se vislumbraba que la vida iba a tener que portarse extremadamente bien con él para que aquellas pocas virtudes que tenía cambiaran a medida que fuera creciendo.

El enano era de esos pibes a los que la existencia no les había regalado casi nada. Y si bien su padre y su madre trabajaban, ya desde chico él también aprendió a colaborar con la economía familiar.

A la mañana, iba a la escuela para cumplir con sus estudios y, por la tarde, salía en su bicicleta a vender los exquisitos pasteles que preparaba, Teresa, su madre. Y como si esto fuera poco los fines de semana cambiaba los pasteles por el diario El Eco y se hacía unos pesos extras vendiendo a los gritos las noticias del pueblo.

Para el enano solo había un par de debilidades. El entrenamiento de los sábados cerca del mediodía en la cancha de su querido Santamarina y detenerse, mientras vendía por la calle, en cada uno de los picados que se cruzaba, aunque fuera solamente para jugar un par de minutos y seguir rápidamente con el laburo.

Generalmente, eran pocos los minutos que jugaba, porque si bien en cada picado o en cada potrero que se cruzaba era bienvenido, ni bien le pifiaba en alguna entrega o daba algún pase gol a los contrarios, lo invitaban a seguir viaje.

Sin embargo, fiel a sus convicciones, poca bola era la que les daba a quienes querían cambiarle su forma de jugar.

El enano era un insistente gambeteador, pero de esos que jamás dejan a dos rivales seguidos en el camino.

Era de esos a los que le gustaba tirar paredes pero jamás te la devolvía redonda y, además, también pesaba sobre él, el célebre calificativo de "comilón" ya que en cercanías del arco era difícil que te pasara un balón.

Este último detalle no hubiese sido problema siempre y cuando esa decisión del pequeño futbolista terminara con la redonda enredada en el fondo de la red, pero como ustedes deben imaginar, alcanzan y sobran los dedos de una mano para enumerar las veces que pudo festejar.

El enano amó el fútbol desde la cuna y ya, desde muy pequeño su padre lo hizo fanático de Santamarina.

Vivía cerca de la Estación, pero era solo una casualidad. Y aunque su viejo trabajaba como ferroviario y vivía desde hacía muchos años en el barrio, ambos eran del aurinegro; y nada querían saber acerca de sus queridos primos, los tricolores.

La vieja entrada de Belgrano y Roca fue la que lo recibió durante la infancia y parte de la juventud en su querido Santamarina hasta que llegó ese momento difícil, casi trágico, impensado por el enano.

Casi llegaba a los 23 años y por aquel entonces todos sus compañeros de la infancia jugaban en la Primera del aurinegro; él apenas y de a ratitos en la Cuarta.

En la semana previa a la toma de tan difícil determinación, se había cruzado en el centro con un amigo. Ese viejo compañero de antaño, conocido en algún picado mientras vendía pasteles cuando era chico, lo había invitado a jugar en Excursionistas.

El equipo con sede en calle Las Heras y cancha en el barrio Palermo andaba reclutando jugadores para afrontar el campeonato de la liga.

"Dale enano, vení, mirá que allá vas a jugar en Primera sí o sí" le dijo el amigo. Cansado de pasar las tardes en el banco de suplentes, tenía que decidir nada más y nada menos que transformarse en un hincha más definitivamente o traicionar de cierta manera los colores y ponerse otra camiseta.

Él quería sacarse esas ganas de todo jugador y competir en la Primera División de la Liga Tandilense

De lado iba a quedar el sueño de hacerlo con la camiseta aurinegra, pero como contrapartida el enano no sentía que debía despedirse tan rápido del fútbol.

Así fue entonces que aceptó la oferta. Pidió el pase, que le fue otorgado sin ningún tipo de reparos, y se encaminó hacia lo que sería su futuro: jugar a partir del próximo torneo en la Primera División de Excursionistas.

Lo que el enano no sabía era que aquel juramento de su amigo garantizándole que sería de titular "sí o sí", era tan real como el unicornio de la canción de Silvio Rodríguez, famosa por aquellos años.

El técnico depositó en él la toda la confianza, pero rápidamente el primero en la lista de los suplentes le arrebató el lugar.

El pequeño jugador y fanático hincha de Santamarina que había emigrado para vestir otra casaca con el solo objetivo de jugar en Primera, no lo podía creer.

Nadie podía hacerle entender que él no había traicionado sus colores. Era normal que, amante del fútbol como lo era, hubiese buscado la chance de jugar aunque sea para otro club.

"Traición hubiese sido que te pongas la de Ferro", argumentó alguien, como para darle fuerzas.

Y aunque el calvario iba por dentro, el enano se la bancó como un señorito y siguió yendo domingo a domingo. El mejor arreglo que pudo hacer con la dupla técnica que dirigía al trueno verde fue que "aunque sea un ratito" lo pusieran cuando el equipo lo tuviera liquidado.

Pero nadie imaginaba lo que le esperaba.

El torneo avanzó y llegó la última fecha.

El próximo domingo en la jornada de despedida el rival sería su querido Santamarina.

Ellos, ya sin chances, deambulaban por la mitad de la tabla. Eran un equipo duro. Sin embargo, Santamarina llegaba como líder y debía ganar para que no lo alcance su inmediato perseguidor y archi rival Ferrocarril Sud.

En el equipo del enano jugaban como titulares cuatro muy buenos exponentes que venían de Mar del Plata. Y además de quitarle la titularidad a los pibes de Tandil, los foráneos cobraban también algún dinerito.

Era viernes y aquel amigo que lo había tentado a nuestro personaje para que fuera a jugar a Excursio, lo llamó a los gritos en medio de la calle.

Todavía con el cargo de conciencia que significaba haberle mentido al enano solamente con el fin de completar la lista de buena fe, le manifestó que iba a tratar de enmendar aquel error cometido.

"¿Y qué vas a hacer?", preguntó el enano.

"Yo soy el que maneja el auto que va a buscar a los cuatro de Mar del Plata. Nosotros ya no tenemos chance, así que se me ocurrió que se me va a romper el auto y cuando llegue a Napaleofú me vuelvo. Así vos podes jugar de titular contra Santamarina y demostrar lo que sabés y por ahí, quién te dice, el técnico te lleva de vuelta".

"¿En serio harías eso por mí?" preguntó el enano,

"Pero por supuesto, ya lo tengo decidido", contestó el amigo.

El domingo llegó y el enano apareció caminando lentamente con su bolsito al hombro. Observó pegado al alambrado el primer tiempo del partido de Cuarta y sobre la media hora del segundo periodo enfiló para el vestuario.

Al llegar, observó la puerta entreabierta y escuchó el dialogo de los técnicos.

"Me avisó el padre que al Negro se le rompió el auto cerca de Napaleofú así que olvídate de los muchachos de Mar del Plata", decían.

El enano sonrió y entró junto al resto de sus compañeros.

Uno de los técnicos, motivador y medio falso, le tocó la cabeza y le dijo: "Nene dale con ganas que hoy vas desde el arranque. Rompela, mirá que a estos le tenemos que ganar así les cagamos el campeonato", le dijeron.

Jamás, desde que estaba allí, había recibido una arenga. Entonces, la sensación del enano era un tanto rara. Verse con la 11 en la espalda, de titular y contra su equipo del alma, Santamarina. Era todo muy raro y más aún cuando saltaron a la cancha.

Sus ex compañeros lo saludaban casi de compromiso y no faltó aquel que se acercó y le dijo, "Che enano ¿es cierto que te pusieron porque no llegaron los de Mar del Plata?".

El enano no comprendía si los nervios en el estómago y el nudo en la garganta eran por el partido o por la serie de condimentos que le ponían los que estaban a su lado.

El árbitro hizo sonar el silbato y el partido comenzó. Cinco minutos pasaron apenas para que aquel que siempre ganaba el campeonato de penales, después del entrenamiento, cuando eran pibes, pusiera el 1 a 0 a favor de Santamarina.

Lo extraño sería lo que iba a suceder en el minuto 30 de la primera etapa.

Un córner para Excursionistas desde la derecha cayó en el corazón del área. Ese que siempre le había ganado el puesto al enano en Santa le pifió tratando de dar una mano en defensa, con tanta fortuna que la pelota quedó picando al borde del área chica.

Créanme, a nuestro pequeño amigo se le salió el botín al impactar el balón con un tremendo puntinazo que se trasformó en el 1 a 1.

Estaba terminando de atarse el botín, de cara al piso, y tratando de imaginar su gol -porque al impactar de puntín había cerrado los ojos- cuando escuchó el grito de la hinchada aurinegra, a sus espaldas, festejando el segundo.

Su amigo, el Negro, el del complot para que los jugadores foráneos no llegaran, ya de vuelta en el estadio lo esperó en la puerta del vestuario.

"¡Y viste! ¿Qué te dije? Viste! ¿Qué te dije?".

"Sí, bueno -dijo el enano- pero igual vamos perdiendo".

"No importa", contesto el amigo. "Escuchá bien lo que te voy a decir".

El muchacho, que tenía más calle que el Gran Buenos Aires, y al que aún le remordía la conciencia, tenía otro plan.

"El juez de línea que va a marcar el ataque de ustedes es amigo mío. Fíjate y está atento porque le voy a gritar algo lo voy a distraer y en alguna vas a quedar, cara a cara. Más vale que la aproveches", sentenció.

Iban 15 de la segunda mitad cuando el línea cometió el error de contestarle una pregunta al amigo que estaba detrás del alambrado.

Una fracción de segundo y cuando giró la vista nuevamente hacia la cancha los dos centrales y el arquero con las manos en alto pedían off side. El árbitro, con unos kilos de más, nada podía hacer ya que aún le quedaban unos metros para cruzar la mitad de la cancha.

Entonces el linesman, que amaga levantar la bandera, y el Negro desde atrás que le grita las palabras mágicas, "¡Arranco bien, arrancó bien!". Y allí murieron las intenciones del juez de raya.

El enano, con pleno dominio del balón volvió a cerrar los ojos y recordó por un instante los mejores momentos de la infancia en los potreros y, como haciéndole un homenaje a esas épocas, se prometió no fallar.

Abrió los ojos y la acomodó suavemente contra un palo.

Sus compañeros lo abrazaban en una esquina de la cancha, mientras los aurinegros protestaban por la posición adelantada.

Tres minutos más tarde, un tiro libre al borde del área a favor de Santamarina volvería a desnivelar el encuentro colocándolo 3 a 2.

Los minutos se consumían y el final del partido se avecinaba. El trueno verde buscaba el empate a través de un córner.

El centro al área y un manotazo al balón por parte de un jugador aurinegro que es advertido por el árbitro: penal. El grito generalizado de los que tenían camiseta verde y el silbato del árbitro marcando la pena máxima.

El enano, lejos de pensar en el empate, comenzó a analizar lo que significaba que Santamarina no ganara.

Corrió hasta el alambre y preguntó cómo iba Ferro. Algunos que estaban escuchando la radio le confirmaron que el tricolor había ganado.

Extrañamente, en el final del encuentro que lo había tenido como gran protagonista se planteaba una enorme confusión.

Tratar de empatar o permitir que el equipo de sus amores, el que lo había visto crecer, el equipo del que era hincha, fuese alcanzado por su archi rival.

Pensó que al fin y al cabo en realidad él había jugado ese partido simplemente porque no habían venido los muchachos de Mar del Plata.

Que la arenga de los técnicos había sido bastante falsa y que, además, había sido cómplice del Negro y su segundo gol no deberían haberlo cobrado.

El enano corrió hacia el banco y pidió patear el penal. El indio Chávez, primer marcador central y capitán, ya estaba con la pelota abajo del brazo mientras el juez contaba los 11 pasos.

El enano no sabía qué otra excusa poner para que el ejecutor fuese él.

"Es mi tarde y están mis viejos", le dijo el enano al Indio y el enorme defensor le entrego el balón sin percatarse de cuál sería el destino de tamaña decisión.

Santamarina ganaba el parido 3 a 2 y acariciaba el campeonato.

El arco que da a Ramón Primero sería el testigo de la última jugada del encuentro. El arquero aurinegro y el enano como protagonistas.

El silbato del árbitro se oyó como si fuera eterno. El enano corrió hacia el balón y pensó, una vez más, en los colores de su corazón, en las palabras de su técnico, en el porqué de su inclusión en el equipo titular....y la colgó de un eucalipto del monte que estaba detrás del arco.

Cerró los ojos, se arrodilló y se tapó los oídos porque no quería escuchar ni ver nada de lo que allí pasaba.

Sin darse cuenta le había llegado unos de los momentos en que la vida te pone a prueba.

Se quedó sentado en el piso, apoyado en uno de los palos del arco, y observó el festejo de Santa y su gente.

Y aunque deseaba íntimamente ser uno más de ellos, la cordura predomino a esa altura de la tarde.

La gente se fue lentamente. El enano caminó hasta el vestuario y se sentó en un rincón. Sus compañeros se bañaron y al irse no hubo uno que no le tocara la cabeza y le dijera, no te hagas problema ya está, ya terminó.

Cuando ya no quedaba nadie ahí dentro, el enano se bañó pensando en lo que había hecho. Disfrutó al máximo de esas gotas de agua que regaban su cuerpo. Santamarina era campeón, gracias a él. Había hecho lo que le marcaba el corazón, lo que indicaban sus convicciones y nadie se había dado cuenta. Al contrario, sus compañeros hasta buscaron consolarlo luego del encuentro.

Terminó de ducharse, tomó su bolsito, lo hechó al hombro y enfilo para la puerta. Al salir, observó que el canchero, un viejo de pocas palabras, canoso y con cara de pocos amigos venía hacia él y traía a cuestas una de las redes del arco.

"Lo erraste a propósito", dijo el viejo y no fue una pregunta sino una aseveración.

El enano agachó la cabeza y se fue sin contestar. Al llegar a la casa, tomó unos mates en soledad y luego enfiló con destino a un galpón en el fondo de la casa donde colgó los botines. Ese sería el destino final de esos zapatos con tapones ya que no volvería a usarlos nunca más.

Al día siguiente busco un trapo y comenzó a pintar una bandera que hace más de 20 años va de alambre en alambre.

Aquel día decidió ser solamente hincha y nada más que hincha del único equipo que amó desde la cuna y que amará hasta que llegue el momento de su muerte: el Aurinegro, Ramón Santamarina.


Dedicado a la memoria de Wily Triviño


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