20 de mayo de 2017
Gisele tiene apenas 22 años y una pequeña hija. Desde hace un tiempo también tiene custodia policial. Como en una película de terror pasa sus horas esperando lo peor: un escándalo, un golpe, el remate de una tragedia. Días atrás, su ex pareja la atropelló con una moto frente a sus amigos; también le arrojó una baldosa que dio contra su cabeza. El agresor sigue libre. Fuera de su hogar y a toda hora, la acosa el violento que no se resigna a dejar un noviazgo que ya es historia. Terminaron hace medio año y desde entonces la persigue. El agresor no cumple la restricción de acercamiento. El Municipio no le entrega el botón antipánico que pidió en febrero.
No es la única historia de este tipo pero no por ello es más soportable. ¿Cómo se sobrevive a un violento? ¿Cómo se vive en un sistema que no defiende a quien voluntariamente decide no hacerlo por mano propia?
En enero se pelearon. Llevaban un año viviendo juntos. Desde entonces empezaron las agresiones. Con el tiempo se fueron agravando. La historia comenzó con amenazas telefónicas pero hace pocos días sumaron un episodio que podría haber terminado luctuosamente.
Entre tanto, el agresor no ahorró imaginación para hacerle la vida imposible. Hasta llegó a pintar con aerosol el lugar donde trabaja Gisele. ¿El objetivo? Hacer que la despidan. Se lo anticipó abiertamente.
En el frente de la casa de la joven aparecieron neumáticos usados, bolsas llenas de pasto. También aparecieron rotos los vidrios de las ventanas, forzada la puerta.
Salir hasta el jardín de infantes a buscar a su hija es una aventura a lo desconocido para la joven. La pequeña no es hija del agresor pero involuntariamente fue sumada a esta historia maldita.
Tras las primeras denuncias, las autoridades le recomendaron "no estar" en su casa. Una solución ridícula que el sentido común descarta. "Es complicado. Tenía la puerta rota y tenía miedo a pederlo todo", explica Gisele.
Días atrás fue a cenar a lo de unos amigos. Cuando iba a entrar a la casa donde estaba pactada la cena, lo vio. Estaba a unos metros, en su moto y maniobrando en su dirección. Aceleró y la atropelló. "Me dejó en las piernas las marcas de la rueda de la moto", explica la víctima sin que se le quiebre la voz, como acostumbrada a describir el infortunio.
Después, y ya en la vereda de su casa, le arrojó una baldosa por la cabeza. Le lastimó el cuello. Así llegó a los estudios de Radio Tandil para contar su historia. No encuentra en la Justicia una acción inmediata y efectiva para lo que le está pasando.
El agresor no respeta la restricción de cercanía. Se pasea por el frente de su casa con frecuencia. La sigue. La persigue. Le impide una vida normal y la condiciona con el terror.
A la violencia a veces se le llama "celos" para minimizarla. Incluso para acercarla a los efectos de un amor no correspondido. "A él le molesta verme bien. No creía que iba a poder mantener una casa", explica Gisele tratando de encontrar un sentido al sinsentido que mueve al violento. "Pero también le molesta que tenga amigos varones", añade.
Gisele pidió el botón antipánico en febrero. Lo hizo en el Municipio. Nunca le llegó. La lentitud burocrática se mueve en un universo paralelo al de las víctimas donde los segundos cuentan, donde las horas se hacen años.
Contó su caso en Radio Tandil. También lo hizo en las redes sociales. Intuye que la protección que no le da la Justicia y el Municipio se la puede brindar el inabarcable mundo de las redes sociales y la "viralización" de su caso.
En el programa "El Defensor" habló con el conductor, Alberto Guillén, pero también con el abogado invitado, Ricardo Mauhourat. El letrado la consejó, la instó a que deje constancia en la Justicia de las violaciones a la restricción. No acatar la restricción es un delito y a esta altura debería estar preso por ello.
En la vida real, la cosa se desarrolla lejos del pasar relajado y cómodo de los funcionarios de la Justicia y de la política.
La vida de Gisele es un infierno y nadie parece compartir sus tiempos. La necesidad imperiosa de levantarse y acostarse sin miedo. La urgente sensación de sentir que sobre su cabeza no pende la espada que manipula un violento, quien no conoce de límites y se ríe en la cara de quienes tienen razón de ser sólo si son capaces de reponerles una vida digna a personas como Gisele y su pequeña.
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Datos extraidos de Casas de Hoy