31 de agosto de 2019
por
Mariana Rodríguez
La noche es misteriosa, mágica para los amantes, trágica para los enfermos, para las madres largas, muy largas, como para los viajantes, y muy corta para los estudiantes.
La noche es de los artistas, de los locos, de los que van al revés del mundo. Es de quienes nos cuidan, de quienes nos vigilan silenciosamente, de los perros callejeros y de los gatos curiosos que nunca se sabe a dónde van.
La noche es de los alcohólicos, de los transas, del vicio. De la cama demasiado fría o demasiado caliente. De las madres cuando dan la teta, de los que rezan, de los secretos que no se repiten al sol. Es la dueña del silencio, de los lamentos, de las estrellas...de todas.
De noche ocurren cosas que solo descubrimos ya de día y nos asombran: hasta dónde llegó la marea y dejó la arena húmeda; cómo se congeló el agua de la fuente modelando una gotera, haciendo sólido lo que no lo es, como el espíritu de los que debieron hacer de la calle su vivienda y se confirma en de noche porque de día sólo parece gente de paso.
La noche no es para muchos, hay que ser fuerte para transcurrir la noche en vela, aun las cálidas noches de verano porque no es una cuestión de clima sino de tiempo y los que trabajamos de noche lo sabemos, porque aun habiendo dormido unas horas no podemos subirnos al mundo de los demás como si nada hubiera ocurrido, vivir de noche deja secuelas.
En la noche se transcurre de la mano del mate o del café, de una música tímida bajita porque el resto del mundo sueña. De una buena película y entonces también los desvelados sueñan. De las promesas que se olvidan por la mañana y de las necesidades que no le importan a nadie.
Única es la noche, es mi idioma, es mi proveedora de ideas que nunca se llevan a cabo. Es mi forma de vencer lo establecido, es mi rebeldía, es el momento en que me encuentro con los que ya no están porque la noche tiene eso, entre lo real y lo irreal.
No la aconsejo a la noche, porque se te vuelve adicción, y de allí ya no se puede volver. De la noche profunda no se vuelve, como no se vuelve de la muerte, de la oscuridad de uno mismo, del silencio del tiempo que no pasa, del sabor pastoso del exceso, de la luz tenue, de la ausencia, de la soledad; de allí ya no hay retorno nunca más.
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Datos extraidos de Casas de Hoy