Quejas. Cristina y la crónica circular del abandono

Cristina es una de las personas que ya ha dejado un surco entre su casa y el Municipio pidiendo soluciones para toda una barriada que, en los días de lluvia abundante, termina recibiendo agua y basura del Country de Tandil y adyacencias de buen pasar.

Vive a ocho cuadras del Campus Universitario, en Los Aromos casi Hudson.  La construcción sobre las laderas del country y la zona del Golf inauguró una etapa de perjuicios constantes para ella y sus vecinos.  

Como si eso no bastase, el viejo Arroyo Seco quedó a merced de la imaginación y el egoísmo de los propietarios privados.  Dentro de los predios (desde la Ruta 226 hasta la Circunvalación) hicieron lo que quisieron con el curso y cauce del arroyo.  ¿El Estado?  Bien gracias.  Miró todo este proceso desde el alambrado.

Ahora, el problema es tremendo.  Pareciera que nada alcanza.

Cristina viene pidiendo desde hace años que se hagan las obras correspondientes: obras para retener lo que llega desde aguas arriba y obras de limpieza en el arroyo para que circule su contenido agua abajo.

A esta altura no es una ingeniera, pero se parece.  Ha escuchado cientos de opiniones y sugerencias, hidráulicas y legales.  Pero el Estado es un monstruo grande que pisa fuerte. Cristina ha perdido la paciencia hace rato, pero también la esperanza de conseguir algo.

Cada tanto algo la vuelve a enervar y retoma la lucha.  Ese algo es, sin excepción, una lluvia, una lluvia fuerte como la del viernes, una lluvia que le hace perder muebles, arreglos de la casa y tiempo, mucho tiempo, para volver a poner todo en orden.

Cristina asegura que más allá de que las obras no se hacen, los "parches" hidráulicos que han hecho hasta ahora ni siquiera se mantienen limpios. La zanja que debía retirar el agua acumulada el viernes estaba tapada.  Otras lluvias la habían ido llenando de sedimentos. En fin? la zanja no era ni siquiera una zanja. La solución no era una solución.

"Eran las tres de la mañana y yo andaba en la calle sacando la basura con una escoba para que no se tapen los tubos".  El relato de Cristina escurre sin estridencias.  La asiduidad hace de lo excepcional un cuento sin gracia, pero no se puede pasar por alto el detalle: "Para que no se tapen los tubos", dijo.

Cristina caza basura ajena con una pala o con una escoba para mantener limpio el escurrimiento.  Ella, que recibe la basura que tiran los que viven aguas arriba, no cambia bronca por indiferencia.  A pesar de todo sigue haciendo lo posible para mantener limpio el sistema que debería mantener el Estado.

El fin de semana llamó a Municipalidad para que le dieran una mano con la limpieza del zajón. Asegura que una cuadrilla llegó a las 7.10 y se fue 40 minutos después.  Cuando llamó para quejarse, la respuesta fue que les había ganado "la lluvia".

Cristina dice que les "ganó el mate".  Desde su casa fue testigo de la mateada vecinal de los municipales.  Se fueron sin dejarle el trabajo hecho.  Sólo le dejaron la yerba usada en la entrada de su casa.  

A cinco días de la lluvia todavía sigue limpiando lo que es suyo y lo que es de todos.  Ya está cansada de pedirle obras al Intendente.  El cansancio vuelve modestísimos sus reclamos.  Ahora le pide al Intendente que al menos haga trabajar a sus empleados.  "Que trabajen ocho horas al menos", pide.

El desorden genera más desorden y la bronca no sabe de prioridades.  La mateada de los municipales no puede igualarse a una obra que no se hizo, una decisión técnica que no se tomó y una voluntad política que miró para otro lado, pero en medio del caos todo se parece.  La culpa es lo único que no se llevó el agua.  Está para ser rifada.  Y cada uno se la asigna al que puede y al que tiene a mano.  A esta altura, los que tienen la culpa de verdad están respirando aliviados.  Zafaron de nuevo.