15/05/2021

Opinion

¿Es un delito visitar a los abuelos?

por
Raúl Escudero

Nadie se salva solo. Es una gran frase que hemos escuchado cientos, miles de veces, desde que comenzó la pandemia. Pero hay una parte de nuestra sociedad que no está incluida en ese deseo: nuestros abuelos. Principalmente los que viven en geriátricos. A ellos los hemos condenado a salvarse o a no salvarse solos, mientras el resto de la sociedad mira para otro lado.

Allá por marzo y abril del año pasado, aprendimos que el Covid se ensañaba con los mayores; la mayoría de las víctimas fatales tenían más de 70 años. Por eso se dispuso un estricto aislamiento, como una manera de preservarlos, de mantenerlos aislados de un virus del que poco se conocía.

En más de un año hemos aprendido mucho sobre esta enfermedad, hemos dispuesto protocolos para cada actividad humana, para cada grupo social o económico, en las escuelas, en los comercios, en las industrias, en las calles, en bares y restaurantes, en reuniones sociales y familiares.

Mientras tanto, durante todo este tiempo, nuestros abuelos continúan encerrados. Y solos. No hemos sabido (¿o no hemos querido?) generar las condiciones para que transcurran la última etapa de su vida como corresponde, como imaginaron, como se merecen: con el cariño de sus seres queridos, sus hijos, sus nietos, su familia.

Somos una sociedad que se preocupa por las formas, por las palabras, que no ofendan, que no estigmaticen, que no discriminen. Entonces, nuestros viejos -una palabra que en muchos casos demuestra cariño- no son viejos ni siquiera abuelos o abuelas, porque no corresponde. Los geriátricos son hogares, instituciones o residencias. Todo muy correcto desde las palabras.

Mientras tanto, ellos siguen encerrados y aislados "por su propio bien". ¿Alguien los consultó? Todos sabemos lo que hubieran respondido si le hubiésemos preguntado si estaban dispuestos a pasar un año o más de su vida sin ver a sus seres queridos para mantenerlos a salvo.

Estoy cometiendo una injusticia al decir que todo este tiempo estuvieron solos. No es así. Junto a ellos estuvo la gente de los geriátricos, sus dueños, sus responsables, su personal. Ellos hicieron de hijos, de nietos, de sobrinos. Ellos los cuidaron, no solo en la salud y en la alimentación; sobre todo en lo emocional, en lo psicológico. Se hicieron cargo como pudieron de su tristeza.

Muchos de esos hogares se vieron obligados a actuar al margen de las normas, permitiendo un encuentro mínimo y a escondidas con las familias. Algunos fueron multados por semejante acto de humanidad.

¿Se puede juzgar esta situación en términos de "resultados"? Nunca es conveniente, tratándose de personas. Pero si lo hacemos llegamos a la conclusión de que el virus entró a muchos hogares, a pesar de estos encierros. Imposible que no entrara porque su personal no estuvo en las prioridades de las vacunas. No vamos a discutir esto. Sabemos que las vacunas que fueron llegando no han sido suficientes.

Pero sí debemos pensar que muchos de nuestros abuelos -y discúlpenme que los siga llamando así, "incorrectamente"- murieron solos, sin la mirada, sin la palabra, sin una mano de sus seres queridos en el último momento de su vida. Muchos de ellos sin entender realmente lo que estaba pasando. Algunos fallecieron por Covid, algunos por otras enfermedades. ¿Nos animamos a preguntarnos cuánto influyó la tristeza, la angustia, la desesperación en ese desenlace?

Por dura que sea la respuesta, la debemos enfrentar. No para buscar culpables o responsables -quizás algún día llegue ese momento-, sino para revertir esta situación. Estamos a tiempo. Siempre lo estaremos cuando de lo que se trata es de evitar el sufrimiento de nuestros seres queridos.

Es cierto que la pandemia nos impone ir actuando en el día a día. Entonces, hoy es el día de resolver este "olvido" imperdonable, de levantarles este "castigo" que pretende salvarlos.

Una sociedad que abandona a sus mayores no solo está renegando de su pasado sino que está condenando su propio futuro.

Hagamos algo. Y hagámoslo ya.


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