04/12/2020

Opinion

No es el rugby, es el odio de clase

por
Federico Granillo Fernández ( ex jugador y dirigente.)

El rugby tiene casi doscientos años de vida, desde que un joven Web Ellis en un recreo de un colegio inglés tomó la pelota con sus manos en medio de un partido de fútbol y corrió hasta la línea de gol, sin darse cuenta de que había creado un nuevo deporte.

Desde su creación a hoy, ha sufrido muchos cambios en sus reglas. En su mayoría, para darle continuidad al juego, incentivar la búsqueda de puntos, y muchos para evitar lesiones de quienes lo practican.

Cuando se dice que es un juego de caballeros, se hace referencia a que, al ser un deporte de contacto, está en cada jugador respetar el reglamento y no ser desleal con el contrario.

En la Argentina, el rugby llegó solo seis años después que el fútbol, pero el fútbol no tardó mucho tiempo en convertirse en un deporte popular, sencillo de practicar en cualquier lugar y con reglas más fáciles. Desde ese momento, fueron algunos clubes ingleses los que practicaron el rugby. Por ejemplo, el Club Atlético San Isidro, el Belgrano Athletic Club, el Lomas Athletic Club, el Club Atlético del Rosario y el Buenos Aires & Cricket.

Han pasado casi 150 años desde el primer partido de rugby en nuestro país, y han cambiado muchísimo las cosas. Se han fundado cientos de clubes en todas partes de la Argentina, que pregonan lo mejor del rugby y poco se parecen a aquellos clubes ingleses que formaban aquella primera unión.

Como en todos los órdenes de la vida, a los clubes los hacen las personas, y son ellas las que rigen las conductas de quienes participan en la actividad de los mismos. El «código del rugby» es, ni más ni menos, que lo que pregonan los que «hacen al rugby», como las acciones colectivas, la lealtad, la solidaridad, el compromiso, el compañerismo, etc.

En aquellos clubes tradicionales encontramos a muchas familias que tienen una vida social activa dentro de las instituciones, que además de rugby tienen otros deportes, como hockey, tenis, natación y golf, entre otros.

Resulta muy difícil que aquellas personas que hayan recibido una buena educación en sus casas adquieran a través del rugby conductas indeseables. Muy por el contrario, el rugby (como todos los deportes) tiene la posibilidad de ayudar a formar personas inclusivas y respetuosas de los derechos humanos. Como también es difícil creer que a una temprana edad nos expresemos política y socialmente diferente a nuestros padres.

Habría que ver qué ocurre en la casa de cada uno de los rugbiers para divisar cuál es la formación que reciben. Seguramente encontremos que los chicos son el espejo de los formadores y que las expresiones que repiten, primero sin entender y analizar, luego se transforman en prácticas comunes.

Ese padre que enseña el odio de clase a su hijo, primero fue un hijo que aprendió el odio a través de su padre. Seguramente, ese padre haya educado de igual manera a esa hija que practica hockey o tenis, y difícilmente tenga un pensamiento diferente al de la formación que han recibido en su casa.

Tampoco está exenta de este problema la educación formal, ya que nuestros hijos pasan una gran parte del día en los establecimientos educativos, y a través de sus programas y lineamientos educan a nuestros hijos.

¿Es igual la historia argentina que nos cuentan en el Cardenal Newman, que en el Normal 1 de La Plata? ¿Tienen esos chicos, que viven en un country, que van a un colegio privado (muchas veces dentro de esos countries), que se reciben en la universidad privada y que hasta en muchos casos forman pareja con otra persona de ese country, posibilidad de tener motu proprio una conciencia de clase?

No es el rugby el problema, el problema es una sociedad quebrada, que busca solucionar los problemas en la superficie y no se gasta en escarbar un poco. El problema es el desprecio de la clase alta hacia la clase trabajadora y sus formas de estar en el mundo.

El problema es el tipo de clase media, que, porque le fue mejor que al vecino, lo mira desde arriba y piensa que un auto nuevo, un traje caro o un viaje a Europa lo iguala a los terratenientes de la Argentina.

El problema es la sociedad, y algunos de sus miembros que practican rugby. El rugby es víctima de esos odiadores, que contaminan con sus acciones todos los lugares donde transitan. El rugby es mucho más que los diez clubes tradicionales de la zona norte de Buenos Aires.

El deporte nos iguala a todos. Cuando entramos a una cancha, no importa la condición social, sexual o económica. No importa la etnia, la religión o nacionalidad. Es el mejor ejemplo de convivencia y debería ser un espejo de lo que pasa fuera del terreno de juego.

Es responsabilidad de quienes conducen a la Unión Argentina de Rugby dar vuelta la opinión pública, tomando medidas concretas, populares y de fondo para que el rugby no sea visto por la sociedad como hoy es visto. Esto implica medidas de fondo y largo plazo, que no sean acciones demagógicas para calmar el clamor de los medios, sino que sirvan para sentar bases de convivencia y puedan hacer del rugby un deporte ejemplificador y que genere empatía con el resto de la sociedad.

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Datos extraidos de   Casas de Hoy  

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