Horrible haciendo disfraces, horrible. Pobres mis hijas. Iban a la escuela con la pollerita toda chingada, nunca le acertaba con el color y si todas llevaban verde, bueno el de ellas era un poquito más clarito, o más oscuro.

Una vez la tuve que disfrazar a Inés de gusano. La compañerita coreana estaba recién llegada -tanto que la mamá no entendía ni una palabra en castellano- y no sé por qué la seño Gaby pensó que yo podía explicarle cómo hacer un disfraz de gusano en una mezcla extraña de mímica, inglés más que básico y un español que simulaba un japonés muy raro, con diálogos del tipo: "¿Tené máquina pala cosé"? en el mismo chino que el del súper cuando te quiere dar el vuelto con caramelos.

La cuestión fue que el gusano portaba zapatillas del equipo de gimnasia que solo debía simular en la capellada la piel a rayas y sin tenerlo en cuenta la enfundé como medias de una tela resbaladiza que solo la divina providencia hizo que no se quebrara un hueso de tantos golpes que se daba bailando de gusanito en el acto.

Por supuesto que la mamá coreana fue mucho mas previsora que yo y evitó los golpes y tropezones que sufrió mi hija.

En otra oportunidad fue elegida para protagonizar un cuadro de baile al son de "Cachita", la conocida canción de Ricardo Montaner. Era la primera vez, el día esperado para que el mundo supiera que ahí había una nueva Judy Garland esperando atravesar el arco iris, pero también estaba ahí, yo, su madre...su mala madre... cosiendo un vestido tan horrible que a pesar de los ensayos como "primera actriz" fue corrida al final de la fila para que sus compañeros la taparan a causa de su vestuario. Y así fue expulsada de la escena mundial de un plumazo. Con esta madre jamás estamparía sus manos en la vereda del Teatro Chino de Hollywood.

Un fin de año, en el acto realizado en el anfiteatro Martín Fierro, me senté indignada junto a otra madre con ganas de despotricar contra las maestras, esa rara raza de personas que piden de un día para el otro las cosas más insólitas, a las que debemos acceder en medio de una carrera de obstáculos para llegar a la meta, heridas de muerte, después de atender la casa, cocinar, planchar y soportar una jornada de ocho horas de trabajo, por una cajita de zapatos forrada en anaranjado con detalle de flores amarillas, justo esas y no otra, la que casualmente sería mi propio regalo del Día de la Madre tras adicionarle una tarjetita pintada por nuestro querubín.

-¡Qué locura! ¡Cómo odio estas fiestas de fin de año! Tuve que hacer un traje de viento y otro de Río Paraná y la tercera baila de Minie. ¡Allá! ¡Mirá!... La que está última en la fila, seguramente oculta por su feo disfraz.

- Ahh no, a mí me encantan. Me emocionan estas fiestas. Yo tengo cinco hijos. Todos actúan en la fiestita y el disfraz que más me costó fue el de "Meteorito", pero bueno, me las arreglé -me dijo risueña- .

-Ves, es el de la segunda fila -señalando a un niño metido como en un barril plateado con miles de estrellas pegadas a su alrededor-.

Segunda fila pensé; y esta pobre mujer con cinco para atender y un disfraz de meteorito... A veces una se queja de llena, nomás.

Enmudecí, no pude más que compadecerme de aquella madre que a pesar de haber hecho un traje de meteorito se emocionaba hasta las lágrimas porque su último hijito dejaba el jardín.

Entrecerré los ojos. Deseaba tener un tenedor para clavármelo en el pecho, en el de esta mala madre que se quejaba por haber tenido que hacer un feo disfraz de Río Paraná para que su hija, desde el final del escenario, bailara que "El Paraná no es un río..." y su disfraz tampoco.