Aguafuertes tandilenses

Aguafuertes tandilenses. Libros

No me entra ni uno más. Tengo libros hasta en la cocina y no justamente el de Chichita de Erquiaga, porque realmente nunca fue mi fuerte la comida aun siguiendo las indicaciones de una maestra.

No me va...no me sale. Tengo dos menúes en los que me especializo y dicho por mi marido: los bocaditos de acelga, mejor que los de su madre y eso es mucho decir porque mi suegra cocina maravillosamente y mi segundo plato, los canelones de cualquier cosa que le quieras poner adentro, pero bueno, estoy hablando de libros, li-bros.

Tengo -como dije- en la cocina, en mi cómoda, en la mesa de luz, en el cuarto de las chicas, en el pasillo, en donde los pueda acomodar, paraditos acostados, en una pila; todos los que he comprado, cuando se podía, y todo lo que he heredado y nunca se movieron de casa, porque no soy de prestar libros, solo salen en manos de quienes los aprecien tanto como yo y entiendan lo que significa devolverlos.

De mi viejo heredé novelas policiales norteamericanas, millones. De los 47 años que viví con mi él, jamás lo vi acostarse sin llevar un libro; a veces leía dos al mismo tiempo y tenía sus preferencias sexistas. Decía que no le gustaba leer a mujeres porque somos demasiado detallistas y eso lo cansaba y le hacía dejarlo por la mitad, cosa verdaderamente incómoda, ni chicha ni limonada, pero tengo que decir que bajo un nombre en inglés alguna vez se tragó un sapo de una contratapa que no tenía foto. Amaba leer, mucho más que mirar televisión y en los almuerzos se comentaba los libros.

A mis 13 años me pasó el primer libro, uno que él acababa de leer, esta vez un autor argentino: "Flores robadas en los Jardines de Quilmes" de Jorge Asís que relataba la militancia de una pareja de jóvenes en los 70, pero que, sobre todo, me abrió un panorama desconocido para mi hasta entonces, porque tengo que decir era un libro donde los protagonistas gozaban de una actividad sexual inigualable, que para mí, a mis escasos 13, fue novedad. Creo que el viejo ni reparó en esos detalles y a mí me abrió los ojos literalmente y el gusto por la lectura, había que ver qué otro libro veía con la misma potencia. Seguí insistiendo con Asís y descubrí otros títulos aunque mi curiosidad me fue llevando por otros rumbos, cambié de autores, y también empecé a comprar los propios.

Ya no hay más lugar. La enciclopedia que se le compró a Reyes Davila para que "ni Dios permita, tu hijo sea un ignorante completo". Los viejos libros de cuando papá estudiaba odontología y mamá estudiaba música. Los de la Alianza Francesa de mi hermano y los esotéricos de Luis: las profecías de Nostradamus, la vida de Saint Germain y toda la obra de Herman Hesse, su autor favorito. De las chicas mucho de María Elena Walsh, Laura Devetach y Pipo Pescador y los míos, los que pasaron por mis manos y me dejaron el alma llena.

No hay un lugar, decreté; y me compré un e- book. Ahora acumulo en la memoria de una tablet cientos, miles... pero ya no los puedo oler, ni acariciar, ni abandonar entre las frazadas de mi cama cuando me vence el sueño, ni puedo dejar una foto de tu cara perdida entre sus páginas para encontrarte al releerlo, ya no... ya no es lo mismo.


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